lunes, 2 de enero de 2012

Reportaje a Francisco Nazar en Diario Perfil

Reportaje a Francisco Nazar
"No hicimos justicia con los pueblos originarios"

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El sacerdote que peleó las últimas elecciones con el gobernador formoseño Gildo Insfrán es un apasionado defensor de los derechos humanos. Vivió con la comunidad wichi en El Impenetrable chaqueño y recuerda la masacre del pueblo pilagá en Rincón Bomba, Formosa, que en 1947 costó la vida de 500 personas.

Por Magdalena Ruiz Guiñazú
30/12/11 - 09:44

Derechos humanos. "Me apasionan" dice Nazar. Cuando se ven cosas como las fotos de los 'vuelos de la muerte', siento que aún llevamos luto."


Comenzar un nuevo año conlleva una aureola de propósitos que, luego, se cumplan o no, integraron nuestros planes de vida en los que, de pronto, surgen ejemplos de una claridad rectora.


El padre Francisco Nazar (a quien, en las últimas elecciones, vimos encabezar la oposición al gobernador Insfrán en Formosa) es un hombre que nació en una familia de mucha fortuna, recibió una esmerada educación y, entre sus hermanos, parecía destinado a continuar una tradición familiar de intereses comunes y plácido devenir.


Francisco, en cambio, renunció a todos sus bienes materiales, decidió ser sacerdote, ingresó en la orden de los pasionistas y, entre varias decisiones propias, pasó más de veinte años en la selva junto al pueblo wichi.

—Padre Francisco –interrogamos–, ¿por qué esa opción tan inquebrantable y difícil?



—Bueno... –Nazar busca las palabras–, porque yo aprendí que, en la vida, no todos nacemos en las mismas condiciones y también vi que había muchos desarreglos. Unos, en óptimas condiciones. Otros, careciendo de lo indispensable. Y, entre éstos, pude comprobar un gran sufrimiento. Yo creo que, en la vida, el dolor es un misterio pero me llevó a jugarme por los que sufren. Le doy un ejemplo: cuando me iba a ordenar de cura pedí (antes de la ordenación) pasar un tiempo en el Cottolengo.

Recordamos que el Cottolengo es la obra de Don Orione que se hace cargo de las personas de las que ninguna institución se ocupa.

—Bueno, fui al Cottolengo –prosigue Nazar en un tono neutro– y estuve allí durante un mes de diciembre con la idea de pasar en esa casa Navidad y Año Nuevo. Quería observar de cerca la experiencia del dolor visto desde adentro. Estuve entonces en un pabellón trabajando con un hermano que se llamaba Marciano. Era un tipo que pertenecía a la obra del Cottolengo. Entonces, viendo todo ese dolor y ese sufrimiento, me sobrevino una crisis existencial y también de fe. Para abreviar le diré que, a la semana, hice mi valija para irme y, al mismo tiempo, me dije: “Me voy porque no puedo sostener la idea de que exista un Dios que permita tanto dolor humano, que haya un rechazo general hacia estos seres sufrientes, que se deje a los niños abandonados en la puerta del Cottolengo”. Algo imposible de soportar. Cuadros impresionantes frente a los que uno dice: “No es posible que esto sea verdad”. Me entró una crisis general. Absoluta.

Y el padre Francisco lo relata sin levantar la voz:

—Con la valija en la mano me fui a ver al hermano Marciano y le dije: “Mirá, estoy muy mal. No soporto esto. Mi fe y mi vida se han derrumbado. Tengo que empezar de nuevo y ver por dónde va la cosa”. Y el hermano me miraba y me miraba. De pronto, dijo: “Haceme un favor: llevale este plato de comida a Ramón”. Ramón era un defectuoso absoluto. Total. Un chico de alrededor de 20 años pero con un solo detalle normal, que era su cara. No tenía brazos, su cuerpo... Bueno, fui y cuando le di la primera cucharada en la boca me dedicó una enorme sonrisa. Para mí fue la sonrisa de Dios. Y en ese momento recuperé lo que creía perdido. “La vida existe”, me dije. La vida merece ser en la medida en que esté al servicio de los demás. Y desde entonces aprendí eso. Lo descubrí. Y no solamente a través de la Iglesia –explica con sencillez– sino por intermedio de gente extraordinaria como Luther King, Gandhi o Mandela, tipos que me entusiasmaron mucho... Albert Schweitzer (un médico, filósofo y músico que dedicó su vida a los leprosos y fue Premio Nobel de la Paz en 1952). Y ahí pensé –sigue diciendo–: yo me voy a jugar. Quiero entregar mi vida porque Dios me regaló el haber nacido en una maravillosa familia que me dio una buena formación y... ahí me largué y esto me ha hecho muy feliz. Descubrí, además, que en la vida todo está a partir del otro y no a partir de uno mismo. Desde el otro es desde donde realmente crecemos, recibimos, aprendemos. Desde el otro nos hacemos fuertes y podemos hacer nuestra síntesis, y así entregarnos en cuerpo y alma.


—Creo recordar que, en una oportunidad, usted, padre, contó que algo de eso le había ocurrido cuando vio por primera vez a los wichis, ¿no?



—Sí, la primera vez que vi al pueblo wichi fue en una asamblea. Era un 9 de Julio. Había allí cantidad de mujeres y hombres. Las mujeres nos sensibilizan más. Con su niño en brazos y esos pechos enormes con que amamantaban a sus hijos... era la imagen de la madre que, a través de su cuerpo también desnutrido, no dejaba de brindarle al niño su leche materna. Todo eso me impresionó mucho. Luego, cuando tomé contacto con esas familias, me dije: “Yo tengo que venir aquí”. Abundaban el dolor, las enfermedades y las injusticias. Y aún hoy hay algo que me conmueve mucho: siempre prioricé el tema de los derechos humanos, los desaparecidos, la lucha por la justicia y, luego, los juicios a los represores. Todo esto me ha parecido siempre muy importante y valioso pero todavía, en la República Argentina, no se ha hecho con los pueblos originarios. Por ejemplo, nosotros en Formosa tenemos el caso del pueblo pilagá. En el año 1947 ocurrió la masacre de Rincón Bomba. Esto no ocurrió en el 1500.



—Es cierto. Son temas que no se tocan. ¿Qué ocurrió realmente allí?


—En Rincón Bomba fueron fusilados por la Gendarmería Nacional alrededor de 500 indígenas.



—¿Por qué?


—Tanto Gendarmería como el Ejército creían que los indígenas se estaban rebelando cuando, en realidad, estaban volviendo de la zafra en los ingenios azucareros del norte de Salta. Volvían caminando o en los vagones de hacienda de los trenes y, cuando se encontraban, se reunían porque había comenzado entre ellos un movimiento muy religioso mezcla de cristianismo y creencias indígenas. Bueno, venían también con hambre y a través de esos cánticos y reuniones las autoridades creyeron que se trataba de una rebelión y... ¡así nomás los fusilaron! Yo he visto la fosa e incluso fue allí el Equipo Argentino de Antropología Forense pero las cosas quedaron ahí. Existe una denuncia hecha por el pueblo pilagá que está en manos de la Justicia y avanza muy lentamente. Es decir que lo legal está funcionando pero no la reivindicación de estas matanzas que son del Bicentenario. ¡No son de épocas pretéritas! En 1947 yo tenía seis años.



—Claro, aquí aparece su preocupación por los derechos humanos.


—Me apasionan. Aparecen allí los crucificados, los torturados. Toda gente que sufrió espantosamente. Hace unas semanas veíamos las fotografías de la gente que fue tirada con vida al Río de la Plata... algo tremendo.



-Parte de un mal sueño que, desgraciadamente, fue verdad.



—Sí, cuando veo esas cosas siento que todavía llevamos luto por esos crímenes. Es algo que los argentinos llevamos en la memoria aunque creo que se va haciendo justicia. Sin embargo, insisto en que nos falta mucho en relación con los pueblos originarios.




—Justamente, padre, estaba pensando que, habiendo perdido ustedes las elecciones de Formosa frente al poder medieval del gobernador Insfrán, ¿qué reservas morales podemos encontrar en Formosa como para que, algun día, las cosas cambien?


—Nosotros hicimos una evaluación, una autocrítica, un análisis y, luego de las elecciones, me dediqué durante un mes a visitar todos los lugares en los que habíamos estado; a escuchar; a conversar con la gente. Ahora acabamos de hacer una muy buena asamblea partidaria donde aparece la necesidad de efectuar muchos análisis acerca de la democracia en Argentina. Sobre todo en nuestras provincias, que siguen siendo feudales. El pueblo elige y nunca vamos a cuestionar ese voto pero lo que sí debemos cuestionar son los mecanismos electorales, donde creo que hay un fraude político y un fraude electoral. Dos cosas increíbles y parte de una maquinaria muy aceitada. El fraude político dura todo el año. Es permanente y parte de una máquina muy articulada donde, entre las campañas que preceden a cada elección, hay personas que dependen del Estado, que son clientes a quienes se mantiene y que luego, a la hora de votar, están en su puesto. Allí los van a buscar. Hay, por ejemplo, diez mil paraguayos que han ido para votar en la provincia de Formosa y también hay colectivos que han llegado desde Chaco exclusivamente para votar. Todos, claro, con documento argentino pero parte de un fraude político electoral enorme. Además, un gobierno que tiene 16 años de permanencia, dinero y estructura logra una fuerza impresionante. Yo lo comparo con un desembarco (tres días antes de las elecciones) de una legión de tanquetas con la foto de Gildo Insfrán diciendo: “¡Aquí está el poder!”; repartiendo dinero, presionando a la gente, prometiendo... Ha sido muy gráfico y con un caudal y un uso del dinero muy grandes. Entonces, yo creo que son éstas las cosas que debemos mirar. Y no solamente las estamos mirando sino también analizándolas para devolverlas al pueblo, a la ciudadanía, para mejorar la democracia. Por otro lado, me siento muy alentado por el apoyo de la gente que dice: “Esto recién empezó, tenemos que seguirlo”.




—Cuando usted dice “esto”, ¿se refiere a la alianza que tejieron con otros partido políticos?


—No. Yo creo que la alianza tiene que ser motivo de un gran análisis porque tanto en Argentina como en Formosa las alianzas son muy frágiles. Cuando me refiero a “esto”, hablo de una nueva opción crítica, diferente, con metodologías distintas, con un proyecto nuevo y de verdadera inclusión, donde se hable a fondo de la persona humana, de las libertades, de la independencia de las instituciones, la tierra, la producción a través de un partido político. La gente quiere trabajar en política. He visto que nuestras propuestas fueron interesantes, una alternativa. Pero que, también, hemos cometido muchos errores que debemos enmendar para que los aciertos sean la fuerza. En Formosa debemos recuperarla, con ciudadanía y entre todos.




—Entonces, para ustedes, padre, ¿ésta no es una derrota final?


—No. Es una batalla perdida. Un episodio. Un momento. Yo he descubierto un mecanismo fascinante con respecto a cómo se deciden las cosas, cómo hay que hacerlas y la corrupción que nos rodea actualmente.




—¿Cómo es ese mecanismo fascinante?


-Es un mecanismo de democracia participativa. Me parece que tenemos que recuperar la participación en la democracia. Por ejemplo (y lo he preguntado a la gente y también me lo planteo), ¿los diputados nos representan realmente? ¿O representan a corporaciones o a intereses foráneos o sólo al poder político? Ese diálogo está destruido. No hay un diálogo entre el diputado y el pueblo al que representa.


—Además, el Parlamento se reúne muy poco y no parece tener intenciones de trabajar. ¿Ocurre lo mismo en Formosa?

—Yo diría que no trabajan nada. Los legisladores se reúnen para hacer declaraciones. Nada más. Mire, le cuento esto, porque cuando me enteré, ¡no sabía si reír o llorar! Hay una sesión los días jueves (¡cuando los legisladores van!) y un representante del gobierno justicialista propuso hacer una mención a Teresa de Calcuta. “Hoy se recuerda su nacimiento –dijo el diputado– y hay que honrarla porque fue una mujer que estuvo con el dolor, el sufrimiento, con los más pobres, los más sufridos, y tenemos que recordarla porque eso es nuestro gobernador. Un hombre sensible con el que sufre.” Bueno, todos levantaron la mano y votaron la mención y aceptaron la comparación. Frente a este tipo de cuestiones nos damos cuenta de que, hoy, los diputados ya no representan al pueblo. Pero, en cambio, insisto en que es un mecanismo fascinante cuando sí representa al pueblo. Por otro lado, yo creo que siempre tienen que jugarse los intereses de todos pero, particularmente, los de quienes sufren la injusticia, la trata de personas, la violencia contra la mujer, la familia etc. O sea que, en conciencia, la obligación de un legislador es jugarse por los que sufren. Es muy importante tenerlo claro. Jugar en democracia pero buscando el bien de la comunidad.

—¡Qué difícil hacerlo realidad! Y usted, después de tantos años, ¿volvería a empezar?
—Yo, sí. Volvería a empezar y creo que vale la pena porque el amor va a existir siempre. Y es lo mejor que podemos experimentar en la vida. Por eso las relaciones son importantes. El amor es tierno, es generoso. Las madres se juegan por los hijos. No sólo porque los han parido sino porque los protegen y los cuidan. En una sociedad donde se ama al prójimo el hombre se siente bien. Y la verdad es que yo creo que el amor nunca va a desaparecer. ¿Qué mejor alimento puede haber en la vida? En cada edad, en cada etapa, estamos aquí para amar. Soñamos con la pareja, con la familia. Los hijos, los nietos y todas esas relaciones de amor que se van creando y cuya ausencia nos produce sufrimiento y dolor.


—Pero eso es lo admirable en su caso, padre Nazar. Usted renunció voluntariamente a esas relaciones de amor y familia...
—Más que renunciar, yo lo ofrecí porque uno nunca renuncia a la familia. Y es, quizá, lo que a mí más me ha costado entregar. Esa renuncia a la compañera, a la mujer... El saber que, cuando uno vuelve cansado de trabajar por los demás, no habrá una compañera esperándolo. Tampoco hijos y luego, nietos.—¿Usted no cree, padre, que en el caso de la Iglesia Católica, el celibato debería ser optativo?—Sí, por supuesto. De alguna manera es optativo porque a mí nadie me obliga a elegirlo, pero lo cierto es que si se quiere entrar al sacerdocio es imposible casarse. Y eso es un disparate. Me parece que es una de las cosas que hay que cambiar en la Iglesia. No tiene sentido. Y si hoy tuviera que hablarle a un aspirante a cura, le diría: “Pensalo bien porque se sufre mucho y, a veces, crea relaciones extrañas. No es lo mismo vivir todos los hombres juntos en comunidad que tener una casa normal. Creo que el celibato hoy no tiene sentido y debe ser optativo para quien lo desee. La Iglesia debe admitir a los curas casados.


—Hay alrededor de cien mil en el mundo. Son hombres que desean ejercer el sacerdocio pero quieren estar casados. Estos son los datos que nos dio Clelia Luro, que fue la esposa de monseñor Podestá, obispo de Avellaneda.
—Sí. Y además de querer seguir siendo curas son unos sacerdotes excelentes con una fuerza espiritual y moral muy grande. Por este tema la Iglesia ha perdido gente buenísima. Los profesores jesuitas que yo tuve eran extraordinarios pero muchos se fueron porque la Iglesia les cerró la puerta... La Iglesia tiene que adaptarse.

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